viernes, noviembre 22

Musladini, “el pichón de Passarella” de Boca que sufría las lesiones de Gago como si le pasaran a él, se fue a vivir a Pinamar y fundó un club: “Volví a nacer”

Irrumpió en la Primera del Xeneize como mediocampista, pero terminó destacándose como defensor, al abrigo de la visión del DT. Las lesiones minaron y cortaron su carrera: “Durante un tiempo no quise saber nada con el mundo del fútbol”

-Estoy en Pinamar. Desde el año 2010. Con mi esposa tomamos la decisión de un cambio de vida. Buscamos tranquilidad. Escapar de los bocinazos. Y acá es como un pueblo, moderno pero pueblo al fin. Todo fue por un arquitecto que se me cruzó en la vida. El me había hecho una casa en Buenos Aires y tuvo la idea de venir a poner una constructora. A mí mujer le atrae el mar porque nació en Mar del Plata. Así que durante un año fuimos y vinimos, hasta que nos quedamos. Y hace un tiempo nació la idea de fundar nuestro club, que se llama Arena.

-¿Vos sos el fundador, el presidente, el técnico o todo junto?

-Yo soy el tesorero. Mi socio es el secretario. Mi hijo sería un vocal… En el día a día, además, soy un poco el coordinador del club. Dirijo la Cuarta. Y cuando hace falta dirigir otra categoría también lo hago. En fin, nuestro club está en crecimiento y hay que cubrir varios puestos. Por eso hago de todo. Alguna vez también hice los chorizos y las hamburguesas para recaudar la plata para pagarles a los árbitros y los operativos policiales…

-Sí. Yo me fui del fútbol por las lesiones y durante un tiempo no quería saber nada de ese mundo. Ahora es como que volví a nacer.

Hugo Daniel Musladini avisa que tal vez tarde en responder el teléfono. El club está en Madariaga, a 25 kilómetros de Pinamar. Allí a veces no tiene ni siquiera señal. Pero una vez que puede hablar se escucha del otro lado del celular su alegría por el nuevo proyecto. “En el Km 11 de la ruta 174 está una de las dos lagunas más importantes. Se llama Los Horcones. Ahí viene a pescar la gente los fines de semana. Ahí, a 500 metros, conseguimos una tierra con Mariano Larrea, mi socio, y fundamos el club. Acá se juega la liga de Madariaga. Hay clubes de ahí, de Villa Gesell y de Pinamar. Es muy común que los chicos vayan caminando. Acá, como estamos más lejos, rompimos esa zona de confort. Ya tenemos 4 de las 6 categorías infantiles. Después, hay Sexta, Quinta, Reserva y Primera. Y el Senior. Estamos buscando la invitación para jugar el Regional, porque algunos salen campeones y no utilizan la plaza porque no tienen los recursos”, cuenta el ex volante convertido en marcador central por el Flaco Menotti. A un mes de cumplir 59 años tiene algunas canas y el pelo menos ondulado, pero el mismo porte físico que cuando se puso la camiseta de Boca con la histórica publicidad de Fate. Ahí era uno de los pibes de un equipo titular que salía de memoria. Era Gatti; Abramovich, Higuaín, Musladini, Hrabina; Melgar, Fabián Carrizo, Tapia; Graciani, la Chancha Rinaldi y Jorge Comas.

Ya había tenido una oportunidad de reinsertarse en el fútbol cuando Perazzo, el 9 histórico de San Lorenzo que pasó a Boca para la temporada 88-89, lo convocó para ser ayudante en Olimpo. “Yo en ese momento le dije ‘Walter, estaría encantado de acompañarte, pero ni el curso de técnico’. Ahí empecé y me gustó. Volví a sentir la humedad del pasto, la lluvia, el barro. Me reencontré con mucha gente y me quedó una nueva mirada. Así estuve dando vueltas hasta el 2015, cuando nos fuimos de Bahía Blanca. Y después surgieron nuevos desafíos. Primero pusimos un centro de entrenamiento: yo soy amigo de Coqui Raffo y fui socio suyo en el Cefar. En medio de ese crecimiento nos agarró la pandemia. Y ahí apareció este club y nos metimos a full. Si uno pasa por Arena no creería que tenemos un año y medio de antigüedad. Hay 3 canchas de fútbol de 11, 2 de pasto natural. Una de sintético que es de las mejores del país. Armamos nuestro buffet. Ahora estamos construyendo habitaciones para tener jugadores de afuera. Como nuestro arquero japonés”, sorprende.

-¿Cómo llegó un arquero japonés?

-Apareció por medio de un entrenador que entró al club este año. Le mandaron a este arquero con muchas condiciones. También tenemos un chico colombiano, otro paraguayo, gente del Interior de nuestro país. Todos chicos que van a vivir en el predio. Ellos ahora también ayudan con Infantiles.

-¿Este proyecto te hizo reconciliar con el fútbol?

-Sí. Seguro. Yo me había ido mal del fútbol. Cada uno lo toma como puede. Hay algunos que se reponen rápidamente y salen adelante. Yo perdí muchísimos años de poder ser entrenador. O de tener una carrera diferente. Pero las cosas fueron de esta manera. Me guardé todas las dificultades y hoy puedo enfrentarlas desde otro lugar. Mi idea es trasladar las enseñanzas de los formadores que tuve en Boca. En la cancha y afuera. Lo que pasa con las lesiones, por ejemplo, fue algo que me marcó. Me gusta explicarle a un chico que lo que ve en televisión detrás tiene un proceso de aprendizaje, esfuerzo, constancia, respeto. Hoy tienen muchas herramientas para acceder a ese aprendizaje, pero no se suelen utilizar bien. Ahí hay que guiar. Siento que tengo mucho para darles a los pibes, que son quienes más absorben. Eso me hace feliz.

-¿Cómo te llevás con la vida del Musladini jugador de Boca? Físicamente estás muy parecido. Si te cruzás con Richard Tavares, otro defensor de tu época en Boca, está sin barba, canoso. ¿A vos te reconocen en Pinamar?

-Los hinchas de Boca estamos en todos lados. Aunque tengo menos pelo y más arrugas, puede pasar que me saluden por la calle. O me ponga a charlar en un café. Igual, siempre tuve bajo perfil. El que me conoce sabe que soy un tipo muy tranquilo. De hablar con la gente. Fue lo que me hizo salir adelante. Porque no es fácil atravesar la situación que viví yo: me retiré por las lesiones a los 29 años, después de casi 3 sin jugar. El otro día estaba viendo en televisión algunas imágenes de Gago, porque era su cumpleaños, y se me pasaba mi película. Cuando estoy viendo un partido y alguien se lesiona, yo salto del sillón. Me doy cuenta rápido si es grave. Por eso, también, cuando tengo un jugador lesionado lo voy a ver a la casa, lo sigo en la recuperación, le insisto para que no se caiga. Tengo esa parte que otros deportistas no la pasaron. Es importante que el jugador lesionado no se deje estar. En total tuve 11 lesiones en las rodillas.

-¿Pudiste hablarlo alguna vez con Gago? Él fue un guerrero, más allá de las cargadas absurdas que se hicieron meme.

-No tuve la oportunidad de hablar con él. Pero cuando se lesionaba Gago sentía como si me pasara a mí. Y el dolor más grande era ver lo cruel que era la gente en los comentarios. Es terrible. Uno quiere quedarse ajeno. Pero si no lo leés, alguien te lo cuenta. Me dolía mucho cada cosa que le pasaba.

-¿Cómo empezó tu calvario con las lesiones?

-La primera fue cuando todavía estaba Luis Pintos, el hijo de Fidel, el famoso actor cómico. El médico del plantel en el 81, cuando Boca salió campeón con Maradona. Me operó de meniscos, pero no fue algo común porque me había quedado trabada la rodilla. Y no había artroscopia. Te metían yeso. Entonces tardabas más tiempo que hoy para volver… Pero el problema más grande que tuve fue la lesión en la Copa de Oro de Mar del Plata. Verano del 91, un partido con Racing, con Tabárez como entrenador. Me rompí los cruzados. Ahí fue el tema. Estuve mucho tiempo parado buscando zafar del quirófano. Fue una jugada tonta, en la esquina del córner. Quise cubrir una pelota, el Turco García me empujó de atrás, me agarró en el aire y cuando quise poner el pie sentí cosas que no había sentido nunca. Ahí perdí un año. Después empezaron los desgarros, las lesiones en los meniscos. Las lesiones fueron mi gran problema.

-Pero hay una parte que fue positiva. Vos llegaste a jugar en Boca desde las Inferiores en una época que era para pocos.

-Era más difícil… Primero, porque en esa época el promedio de edad de los jugadores era más alto. No se iban afuera como ahora. Los planteles tenían muchachos entre 26 y 28 años. Había que pedir permiso para ver dónde te sentabas, o para hablarles a los referentes. Era complejo, sobre todo en Boca. Porque Boca siempre fue igual: compra muchos jugadores, y eso hace que la competencia con el chico del club sea desigual. Al pibe no se lo banca tantos partidos como al que viene de afuera. Como se generó un gasto grande para el club, al refuerzo se lo aguanta más partidos. Yo había empezado a jugar con Alfredo Di Stéfano, en abril del 85. La tarde de la muerte del chico Scasserra (un hincha de Boca de 14 años asesinado por un policía en la cancha de Independiente). Iba a ser titular y al final fui al banco. Yo había empezado como volante ofensivo, donde jugué en Inferiores, en Reserva y algún partido en Primera con el Pato Pastoriza como entrenador. Después, con la llegada de Menotti en el 87, me pone junto a Fabián Carrizo y empiezo a transitar realmente la carrera profesional. Yo tenía 21 años…

-Si uno dice Menotti y Musladini, aparece la frase…

-El Pichón de Passarella, ja.

-¿Qué recordás de esa historia? Fue una nota de El Gráfico, a partir de una frase inolvidable del Flaco en la misma revista.

-Fue algo que nació de Menotti. Y cuando lo dijo me puso orgulloso. Passarella era el jugador que yo miraba. Aunque no me parecía en nada. Él es zurdo, yo derecho. O le pego con las dos. Bah, le pegaba cuando podía… Lo loco fue que cuando empecé a jugar en Primera, me hacían reportajes y decía que en mi puesto me encantaba el Negro J.J. López. Un jugador y un tipo fenomenal. Y después, como marcador central, miraba a Daniel. Recuerdo que en los pasillos de Boca me decían “pibe, estás nombrando como modelos a dos jugadores de River”. Y yo les respondía “qué sé yo”. En esa época no se lo tomaba tan mal. Quizá si pasara hoy te la cobran… Volviendo a la frase de César, yo nunca hice alarde ni me creí esa comparación. Fue algo que quedó para el afuera. Después, además, las diferentes circunstancias del fútbol hicieron que no me pareciera mucho a Passarella. Es la exposición que tenés en un club grande como Boca. De hecho, hasta el día de hoy a veces me dicen Pichón…

-Hoy sería imposible un jugador de la Primera de Boca, en ojotas, posando arriba de un árbol para una revista.

-La foto también fue tremenda, es verdad. Y las que no salieron… Hubieran sido peores que la del árbol, ja. Uno es joven y accede a esas cosas. Yo no sabía lo que era la popularidad. Tal vez te agarran más de grande, con cierto recorrido en Primera y decís “no, dejate de hinchar”. Así fue que salió esa famosa nota.

-¿Passarella alguna vez te dijo algo?

-Me lo crucé una sola vez. Pero sólo nos saludamos. No tuve la posibilidad de sentarme a hablar. Hasta por una cuestión de humildad ni sacó el tema.

-El Flaco te convencía de todo. ¿Te hacía sentir Passarella?

-Yo no me sentía Passarella. Un tiempo antes, cuando estuvo Mario Zanabria en Boca, también me había dicho para jugar de central. En ese momento no accedí. César tiene ese poder de convencimiento. Es de esas personas que se sientan a una mesa de café y tienen un aura especial. En la primera charla, él me dijo que si no funcionaba como defensor, después iba a tener la oportunidad en mi posición natural. Ahí acepté y me quedé en el puesto. Son esas cosas que se te cruzan en el camino y decís “es ahora o nunca”. Tenía compañeros que ya jugaban, como el Tuta Torres. Y yo me entrenaba con la Primera desde los 17 años pero no jugaba. Por eso creí que era el momento.

-Habrá sido una inyección anímica. Ese Boca salía jugando con vos, que habías sido volante, y un recio como Pipa Higuaín.

-Fue algo que inyectó César en ese equipo. El famoso achique, que duró mucho tiempo. Lo repitió en muchos equipos. Donde más funcionó fue en ese Boca del 87, porque en esa época los arqueros no se parecían al Loco Gatti, que era un adelantado. Para ese esquema, tener a alguien con la visión y el timming de Hugo también generó una revolución. A veces nos salía bien. En otras nos aparecían equipos como Argentinos Juniors, que rompían nuestro achique con los volantes. Fue algo que dio mucho de qué hablar.

-¿Con Menotti te volviste a encontrar?

-Una vez lo crucé en la ruta, cuando yo volvía de Bahía Blanca. Nos quedamos charlando. Alguna vez también conversé con su hijo por el curso de técnico. Después de que se fue de Boca, lo vi unas 4 ó 5 veces más. Pero de la frase no volvimos a hablar. Yo me pondría colorado, ja. Sabía que lo había dicho de mí y de Paolo Montero. Conmigo le tiran la equivocación. Aunque después sucedieron cosas inexplicables. Una fue mi cantidad de lesiones. Después, mucha gente dice “yo con esa hinchada me como la cancha”. El tema es llevar al hombro 11 años de sequía de campeonatos como tuvo Boca en esa época. Esa gente que te aplaude, no es fácil cuando a la tercera o cuarta fecha no ganaste. Salir a La Bombonera con esa presión no es como si jugaras con tus amigos al Papi Fútbol por el alquiler de la cancha. Boca necesitaba ser campeón y no se le daba. Yo, por ejemplo, tuve la mala suerte de que en un partido con Independiente, por la Liguilla, metí un gol en contra. Perdimos y quedé bastante marcado. Hubo miles de jugadores que hicieron un gol en contra y no se acuerdan tanto.

-¿En serio se recuerda tanto esa jugada?

-Fue en cancha de Boca. Perdimos 2-1 y quedamos eliminados en la final. Nos quedamos sin la chance de entrar a la Libertadores. La Bombonera estaba a full. Habían ido mi familia, mis amigos. La repercusión que tuvo ese error también fue difícil de llevar. Esas cosas se revierten con buenos partidos o si sos parte de un plantel que gane rápidamente. Lamentablemente, los títulos en Boca llegaron con Tabárez, cuando yo estaba con las lesiones. En el título del 92, por ejemplo, fui al banco contra Deportivo Español. El día que nos pegaron un baile tremendo en la Bombonera y nos ganaron 3 a 2. Español parecía el Barcelona de Guardiola. Yo reaparecía. Después, en la semana, haciendo fútbol contra Laferrere, fui a trabar y me rompí los meniscos. Fue una seguidilla que me fue alejando. Hay muchas cosas que no todo el mundo puede enterarse…

-Además de talento hay que tener una cabeza muy fuerte para jugar en Boca.

-Uff. Terrible. No todos están preparados para soportar ni la fama ni la presión. No hay ninguna Facultad que te prepare. Eso viene con una buena formación familiar y con quiénes te rodeás. Gracias a Dios también tuve grandes formadores, como Ernesto Grillo, Gonzalito, que me han marcado mucho. Eso a uno le queda y lo que trato de transmitirles a los chicos del club.

-En el medio, en la temporada 88-89, te fuiste a préstamo a San Martín de Tucumán. Y en una jugada que Pasturenzi expulsó a Juan Simón, de la nada te echó también a vos. ¿Cómo fue jugar frente Boca en La Bombonera y que el partido terminara 6 a 1 a favor tuyo?

-Yo no tendría que haber jugado ese partido. Tenía 39 grados de fiebre. Me dieron un inyectable en el túnel para levantarme. Después, me expulsaron rápido. Yo estaba a préstamo y tenía que volver a Boca. Juan Simón, que es mi amigo, pegó un patadón que generó un gran revuelo. Fui a separar y me echó… Por cómo estaba yo, me fui corriendo y me tiré en la camilla hasta que terminó el partido. Escuchaba murmullos y después me enteré que eran los goles de San Martín. Ese día fue terrible. Muy triste. Primero, porque yo estaba jugando contra Boca, el club del que soy hincha y en el que transité durante 16 años. Desde el 77, cuando me fui a probar, hasta el 93… Yo conozco cómo late la Bombonera, las rajaduras del club, a pesar de que algunas las habrán arreglado. Conozco el sentimiento de su gente. Fue extraño enfrentarse a Boca por primera vez. Y encima quedar en esa goleada histórica. La más amplia en la Bombonera con un equipo del Interior.

-¿Volvés a La Bombonera de vez en cuando?

-Boca es tan grande, tiene tanta cantidad de gente, que cuando vivía en Buenos Aires tenía que ir los lunes a la noche para pedir una entrada. Mendigabas un lugar. Nunca me gustó esa situación. Por eso, las pocas veces que fui se dio por algún partido con los veteranos. Tengo a mi hija que quiere ir y la va a llevar un hombre de acá del club. Ahora, además, no voy por la distancia. Igual conozco la cancha nueva, digamos; todo lo que se hizo por dentro. Sentir la piel de gallina y rememorar la comunión con la gente como cuando yo entraba a la cancha sería divino. Hace un año, llevé la Quinta a jugar al predio de Boca. No lo conocía. Veía toda la estructura, cómo tratan a los jugadores amateur y a los profesionales… Tienen todo. Yo estoy en un grupo de Whatsapp que se llama La Candela. Otra época. Ahí recordamos los partidos al lado del tinglado, todos embarrados como si fuéramos indios.

-El predio no se parece mucho a La Candela…

-Ahora las canchas son impresionantes. Todo evolucionó. Aunque a veces, teniendo todo para ser mejores, los jóvenes no toman las cosas buenas. Yo tengo chiquitos que me llegan con las medias como los profesionales, se ponen aritos, festejan los goles haciendo el corazoncito con la mano, tienen la remera abajo. Pero les preguntás por algo de un partido que venís corrigiendo y no lo ven. Están con el teléfono, pero en vez de mirar trabajos para mejorar, están en Instagram o Tik Tok. Lo bueno es que esa desfachatez que tienen sirve para que pibes de 17 años vayan a la cancha de Boca y no se asusten. Hoy también se van chicos a Europa y triunfan. Antes no era fácil irse. Además, te hacían sentir que en un vestuario estaba el Loco Gatti. Escuchabas “pibe, dónde vas; dónde te sentás, éste es mi lugar”. Hoy los pibes son capaces de pelearte si les marcás diferencias. No es como cuando nosotros jugábamos.

-Hablando de jugar. ¿Hoy podés sumarte al Senior de Arena o quedaste muy tocado?

-No. No puedo. Hace dos meses le mandé unos estudios que me hicieron a Ricardo Denari, el histórico médico que tuvimos en Boca. Porque de la nada, sin hacer ningún movimiento raro, se me empezó a trabar la rodilla. Fueron 5 ó 6 episodios. Hasta durmiendo se me trabó… Lo que me encanta es salir a correr, que por ahora tampoco puedo. Al fútbol no quiero jugar. Me gusta patear y cuando puedo les pateo a los arqueros. Pero el tiempo pasa. Una vez vi un video de Caniggia que es tal cual. Él decía: “La puta madre. Un actor puede hacer una película a los 60 años. Un cantante, a los 70 años puede estar arriba de un escenario. Y yo digo qué mierda esto de ser atleta. A los 32 ya sos viejo, un veterano jugador de fútbol. Esa adrenalina no la tenés nunca más”. Él puteaba, decía que le generaba fastidio. Y tiene razón. Aunque ahora me da alegría estar de otro modo dentro de una cancha.