La candidata de JxC, más incisiva que hace 7 días, lució mejor que Milei y que Massa. Tiene dos semanas para lograr ese mismo avance en territorio bonaerense, donde se define la elección
La candidata a la Presidencia de Argentina Patricia Bullrich participa en un segundo debate electoral junto a los otros cuatro candidatos, en el que hablan entre otros asuntos sobre seguridad, trabajo y vivienda, con vistas a los comicios del 22 de octubre, hoy, en Buenos Aires (Argentina). EFE/ Agustín Marcarian POOL
Patricia Bullrich aprendió la lección. Hace una semana, en el primer chico del debate presidencial en Santiago del Estero, había lucido apática. Raro para ella que hizo de la contundencia una marca en su carrera política. No había estado mal, pero no pudo sacar ventajas. La candidata adujo que una gripe la había tenido a mal traer. Su voz disfónica y apagada le daba cierta legitimidad al argumento. Pero esta vez tenía que ser diferente.
“Tenés que volver a ser vos”, le había rogado un dirigente al que respeta. Se preparó durante toda la semana y se cuidó en todos los detalles para no repetir el fiasco de la semana anterior. El cruce con Mauricio Macri, por otra frase equívoca del ex Presidente sobre la chance de hacer acuerdos con Javier Milei, la había obligado a cruzarlo públicamente en los medios, pero había terminado con una disculpa y una promesa. Una más.
En su primer minuto de exposición, Bullrich les disparó a Sergio Massa y a Javier Milei con la mancha venenosa de Martín Insaurralde. El yate, la novia indiscreta, el Rolex y la cartera Louis Vuitton estaban en el imaginario de toda la sociedad. No había que explicar mucho. “Vos sos uno de ellos”, lo acomodó al ministro de Economía. “Y vos estás asociado a ellos”, lo involucró al libertario. La noche iba a tener siempre la misma dinámica.
Si el debate santiagueño se había parecido a una siesta, este combate más porteño en la Facultad de Derecho de la UBA los había despertado a todos. Y después de que Patricia arrojara a la hoguera el nombre de Insaurralde, el juego de los carpetazos le pondría leña al fuego durante toda la noche del domingo.
Massa le devolvió el golpe a Bullrich recordándole el nombre de Gerardo Milman, el diputado que era jefe de campaña en tiempos de la interna contra Horacio Rodríguez Larreta y al que el kirchnerismo intentó involucrar en el atentado copito contra Cristina Kirchner. Cuando la Justicia comenzó a investigarlo, Patricia lo liberó de responsabilidades en el equipo electoral.
Bullrich ya no soltaría la presa de la corrupción durante toda la noche. Iba a volver a repetir el nombre de Insaurralde, iba a decir -al discutir sobre viviendas- que los únicos que compraban casas eran los millonarios kirchneristas e iba a nombrar a La Cámpora, esa agrupación juvenil de veinte años atrás que ahora luce avejentada y complicada con las peores prácticas de la política.
Nombrar a La Cámpora tenía un efecto psicológico para Bullrich. Le recordaba a la audiencia del debate (40 puntos de rating promedio) aquella promesa del Massa opositor de 2013, el que decía que iba a meter presos a “los ñoquis” de la agrupación que ahora lo respalda sin remordimientos progresistas. Con Máximo Kirchner, Wado de Pedro y Axel Kicillof en las boletas de Unión por la Patria, a Massa le cuesta convencer a quienes lo habían votado cuando solo pensaba en cómo vencer a Cristina Kirchner. Hazaña que terminó logrando con el Frente Renovador, pero eso ha quedado tan lejos en el tiempo que ni él se puede acordar.
Por momentos con mayor dosis de efectividad, y en otros con temas menos convocantes, de todos modos, Bullrich se las arregló para llevar la iniciativa a lo largo de casi todo el debate. A Milei lo corrió con la advertencia del peligro que podría tener la libertad de utilizar armas para toda la población, y a Massa lo buscó otra vez utilizando una chicana de las redes sociales.
Fue cuando acudió al neologismo “Tongolini”, la manera en que los tuiteros se refieren a los supuestos manejos discrecionales de las licencias para importación que son resorte del secretario de Comercio, Matías Tombolini. Es una cuestión que importa más a los empresarios que a las mayorías populares, pero la candidata arremetió igual en su intento por recuperar el terreno que perdió cuando se supo que había ganado las primarias de Juntos por el Cambio, aunque con cifras muy por debajo de las expectativas.
Es que Patricia venía con impulso desde Mar del Plata, adonde había logrado que los empresarios del Coloquio de IDEA la aplaudieran en su discurso del jueves. Las deserciones de Sergio Massa, quien siguió el precepto kirchnerista de no asistir a esos encuentros, y la de Milei, quien les hizo un desafío de protagonismo armando un almuerzo privado a la misma hora a la que hablaba su adversaria, le dejaron el campo despejado en un foro siempre más favorable a la oposición. Era un penal sin arquero, y Bullrich no lo desperdició.
La pregunta entonces que se vienen haciendo a partir del fin de semana los asesores de Patricia Bullrich y todos los cientistas sociales que se juegan algún interés en la elección es cuánto impacto tendrán estos últimos episodios en la decisiva provincia de Buenos Aires. La que se ha consagrado como la madre de todas las batallas electorales vuelve a ser visualizada como el territorio clave donde se va a definir esta incierta pulseada.
Cada candidato tiene su propia teoría y una montaña de optimismo para sostenerla. En el equipo de Massa reconocen que el “Bandido” de Insaurralde los ha hecho caer unos cuatro puntos en la Provincia, y que se repartirían por igual entre Milei y Bullrich. Pero incombustibles en la marcha forzada arrastrando la inflación, el dólar cerca de los 900 pesos y ahora los escándalos de corrupción, se auto convencen jurando que todavía están en escenario de ballotage junto con el libertario. “Kicillof va a ser gobernador y Sergio va a segunda vuelta”, afirman con un espíritu que apela más a la voluntad que a la certeza estadística.
Tampoco saben que les deparará el oráculo bonaerense los estrategas de Juntos por el Cambio. Se entusiasmaron con un sondeo de Fixer (la encuestadora de Sebastián Spedale) que muestra a Bullrich creciendo por primera vez y todavía lejos de Milei, pero a menos de un punto de Massa. “Si Patricia hace un buen debate, podemos seguir levantando y meternos en la segunda vuelta”, rogaban en las oficinas de la candidata. Por eso, las caras el domingo a la noche habían cambiado la tensión de los últimos dos meses por gestos de optimismo para el tramo final.
En cambio, entre los dirigentes que acompañan la aventura de Milei prefieren no especular sobre los números electorales. Es lo que hicieron en las PASO y les fue muy bien. Ni siquiera muestran entusiasmo cuando dos encuestadores de los importantes les dicen que en sus trackings el efecto Insaurralde en la Provincia lo estaría capitalizando en su mayor parte el candidato libertario.
Esos trabajos no registran si la candidata a gobernadora por la Libertad Avanza, Carolina Píparo, aprovecha el crecimiento de Milei para acercarse a Kicillof y poner en riesgo su proyecto de reelección bonaerense. Los primeros sondeos post “Bandido” lo muestran surfeando la ola a Milei, pero no alcanzan para advertir si esos votantes apostarán a Píparo en la gobernación o cortarán la boleta. Se sabe que los habitantes de la Provincia no son fanáticos del corte a la hora de votar, pero siempre puede haber sorpresas: Carlos Ruckauf en 1999 y María Eugenia Vidal en 2015 se vieron favorecidos por ese fenómeno. Por eso, tiembla Kicillof.
El problema para los candidatos, o tal vez el beneficio, es que ninguna encuesta va a poder determinar con exactitud si la aventura náutica de Insaurralde en el mar Mediterráneo se transforma en un cajón de Herminio Iglesias para Massa e incluso para Kicillof. Los resultados de esos cálculos estadísticos recién estarán listos para dentro de diez días, justo cuando las campañas se estén cerrando y ya no haya más tiempo para improvisar cambios de rumbo. Es posible que se enteren del piso o del techo de sus chances en el camino al colegio para votar.
Por eso, el debate de este domingo representaba la última oportunidad de alto rating para consolidar las tendencias o tratar de dar un golpe para despegar en busca del objetivo electoral. Está claro que Milei y, sobre todo Bullrich, se fueron de la Facultad de Derecho con mejores sensaciones que Massa. Queda un puñado de días en que los candidatos empiezan a aterrizar de sus viajes de campaña. Y poco se puede hacer para torcer el destino que ya se ha escrito en todos estos meses.
El debate presidencial estuvo a punto de ofrecer la novedad contra cíclica de algo parecido a una política de Estado. Hubiera sido todo un gesto en medio del festival de despropósitos que ha gobernado la campaña electoral. Hubo un intento de declaración conjunta de los cinco candidatos repudiando los asesinatos cometidos en la madrugada del sábado por la organización terrorista Hamas contra mujeres, hombres, ancianos y niños, ciudadanos de Israel. Incluyendo a cuatro nacidos en Argentina.
Pero no. No pudo ser. La candidata de la izquierda, Myriam Bregman, prefirió adjudicarle la culpa de las matanzas a la política de “apartheid” (así lo dijo) del estado de Israel. Un rapto de ceguera ideológica que hizo olvidar la frescura con la que había debatido en la semana anterior. No fue casualidad que su participación de este domingo haya pasado directo al olvido.
Aún en elecciones, la especulación suele ser el peor remedio cuando se trata de tomar posición sobre la violencia, la muerte y la sangre, venga de donde venga. Corra en el suelo que corra.